viernes, 18 de agosto de 2017

Libertad


Todos amaban el canto de esa ave. De bella apariencia y sonora voz, el pajarillo saltaba de un lado a otro en su hermosa y suntuosa jaula. Siempre le había parecido espaciosa, pero sobre todo, siempre le había resultado segura. Todos se reunían a contemplar en ocasiones al ave, llenándole de elogios. "¡Qué linda es!" Decían unos, "¡Qué hermosa melodía entona!" Decían otros. ¡Miren con qué gracia revolotea en su jaula!" Decían aquellos. Y el ave se sentía feliz de ser aquello que los demás disfrutaban. Sin embargo había un canto escondido en el fondo de su alma. Un canto distinto al de otras aves, uno diferente de aquel que todos le alababan. A veces, en su soledad, tomaba valor para entonar las primeras notas de su canto escondido, temeroso de que alguien le escuchara y era ese miedo el que justamente le hacía callar. Les oía de lejos y volvía al canto regular, al que tanto les gustaba y que cada vez le resultaba más vacío. Una mañana de otoño, escuchó a lo lejos un canto jubiloso y lo reconoció. Era su canto escondido, el que tenía enterrado en las profundidades de su ser. Miró por primera vez con detenimiento su jaula. Si, era bonita. También espaciosa y si duda, segura también. Dando saltos llegó a la portezuela y descubrió que estaba abierta. Nunca notó que siempre lo había estado. Miró de nuevo hacia atrás. Es segura... Demasiado. Con el corazón en la garganta y de un salto, salió de su jaula y se acercó a la ventana. Seguía escuchando el canto jubiloso. Tomó aire y comezó a cantar. Nunca se había sentido tan dichoso. Asustados, aquellos que le alababan se acercaron al escuchar ese canto tan distinto, tan chocante. "¿Han visto en lo que se ha transformado?" Se decían. "Era un canto tan hermoso y tan apropiado, y mírenle ahora, ¡tan ordinario y vulgar! Como si fuese un ave tan distinta". Le abrieron la ventana para echarle de sus vidas al resultarles tan aberrante. Nunca supieron que le obsequiaron la libertad de ser, de dar lo que siempre tuvo escondido con tal de tenerles complacidos. Nunca se dieron cuenta de que por fin se había permitido ser y de esta manera conocer la plenitud de su interior.

martes, 15 de agosto de 2017

Silencio

Te busco en la suave brisa nocturna. Afino el oído para escuchar tu voz aún en un breve susurro. En vano. No llega. ¿Donde estás? Pregunta mi alma, ¿quien se lleva tus palabras y las roba a mi corazón.? Me estremezco. Nunca me habían faltado. ¿Qué impide que tus letras, que tu voz vuelta palabras me llegue? No puedo más. Me levanto y camino como feroz depredador enjaulado, hambriento de ti. "Tráelo de vuelta a mi" le digo al viento. Dime que aún piensa en mí, que aún me pertenece. Mi mente me atormenta con mil ideas cada una peor que la anterior. Comienzo a iluminar flores de mil colores. Duermo el sueño intranquilo de quien lucha con el silencio. De quién le fue robado la melodía de tu voz. Llega el alba y tu silencio me sigue cubriendo. Siento que enloquezco. De pronto, un rayo de sol desde el oriente me alcanza, me ilumina. Te trae de regreso a mi cielo, mi cielo.

jueves, 10 de agosto de 2017

Recolector de sonrisas.

Él pasaba todos los días por esa acera. Miraba hacia el balcón esperando verla. ¡Cómo le gustaba mirarla! Un día, distraído volteó a ver el balcón y la vio. Etérea, con la vista perdida en el horizonte sonriendo. Se enamoró de su sonrisa. Después, cada vez que pasaba, volteaba deseando que la fortuna le diera otra sonrisa como la que vio aquel día y la Diosa Fortuna, benévola, le regalaba una más cada día. El las guardaba, las atesoraba en un pequeño cofre como su más preciado tesoro. Se decía a sí mismo que era el recolector de sus sonrisas. Se sentía tan afortunado de pasar siempre en el justo momento en el que ella sonreía. Él no lo sabía, pero ella lo vio primero. Lo veía pasar distraído diariamente, siempre a la misma hora. Entonces, llegada la hora, abría el ventanal y se recargaba en el balcón, como mirando hacia el horizonte, hasta que Él aparecía dando la vuelta en la esquina y le dibujaba una sonrisa, su sonrisa.

lunes, 7 de agosto de 2017

Recordando la casa de mis abuelos

Hoy estuve recordando la casa de mi abuela. Entrecerrando los ojos pude visualizarme entrando hacia la sala, sentarme en los antiguos sillones a leer tiras cómicas del periódico de Olaf el Terrible disfrutando de la luz del sol que entraba a través de las celosías de madera en los altos ventanales. Recuerdo el olor de esa sala y lo liso que era el escritorio de mi abuelo, también la canasta con fruta que traían de la finca. Aún creo escuchar el leve rechinido que hacía la mecedora de mi abuela mientras nos contaba cuentos que ella misma inventaba mientras disfrutábamos de la fresca brisa de la lluvia. Hace días que he estado recordando a mis abuelos y me he dado cuenta de cuanto les he echado de menos, cuanto ha cambiado mi vida y cómo le gustarían a ella muchas de las cosas que hago. A pesar de extrañarles, me queda el dulce recuerdo de estar con ella tostando semillas de marañón para comerlas calientes, el olor del café recién tostado que me dejaba moler, así como el olor que tenía su ropero lleno de cosas lindas e interesantes. Tal vez su recuerdo sea lo que hace que mis ojos se nublen y mi corazón se estremezca al escuchar aquella canción infantil: "Toma el llavero abuelita, y enséñame tu ropero..." Qué linda es la infancia y que hermoso es que Dios nos permita tener abuelos que nos muestren la vida de esa manera tan única e irremplazable y que llenen nuestra vida de de momentos mágicos que se convertirán en memorias invaluables. Hoy me quedo con el recuerdo de mis caminatas al mercado con la "niña Paquita" como todos le decían, a comprar queso fresco recién sacado de moldes metálicos y envuelto en hojas de plátano, para después tomarme un jugo de naranja bajo el abrasador sol en las calles de Santa Ana de regreso a la casa de los abuelos.